En el ejercicio de la política se repiten situaciones que nos recuerdan la imagen de aquellos monjes medievales, con una cruz en la mano, defendiéndose y enfrentados a unos vikingos armados hasta los dientes. Los monjes serían hoy día aquellos que representan y defienden con lealtad sus ideas políticas, mientras que los vikingos personificarían aquellas fuerzas opuestas que se cruzan e invaden con fuerza espacios políticos concretos. Una cruz representando nuestros profundos ideales, y enfrentada a lo que visionamos como sujetos de irracionales o confundidas ideas. Y aunque la comparación pueda resultar algo extraña, debemos ver ese escenario como un ejemplo valioso del que extraer importantes lecciones.
No dista mucho la imagen de unos monjes movidos por su fe, y que depositaron en sus creencias su vida, con las de personas que hoy en día se mueven comprometidos con sus ideas e ideales políticos. Al igual que los vikingos, quienes no compartían la fe de los monjes, representan a quienes en la actualidad hoy defienden opiniones políticas opuestas y carentes de cualquier conexión con nuestro monjes del siglo XXI.
Primera lección, perseverar de las ideas propias y defenderlas con fe frente a quienes mantienen posiciones contrarias: por muy fuerte que se nos presenten al choque y por muy alto que sean los costes que tengamos que asumir. La cruz, nuestras ideas, nos acompañan… y se presentan al contrario con resiliencia y confianza en un ejercicio de defensa de las ideas políticas propias.
¿Es suficiente este ejercicio de confianza y fe ciega en nuestros ideales?
Segunda lección, no solo lograremos nuestros objetivos con una defensa apasionada de nuestras ideas. Conocer al contrario, comprender sus motivaciones, nos hace más fuertes. Los monjes enfrentaron a los vikingos en un primer momento con perseverante y confiada fe en sus creencias, pero pronto entendieron que debían comprender a aquellos extraños viajeros de comportamiento salvaje… y no solo comprender, también asimilar y convertir a las ideas propias.
En política, este enfoque de tender puentes implica una necesidad de abrir canales de comunicación y fomentar un entendimiento mutuo, incluso cuando las opiniones difieran de manera visceral. Y esto es así ya que no siempre una resistencia pasiva o reactiva son suficientes cuando ignoramos la necesidad de buscar puntos en común que allanen caminos políticos realmente complejos.
Por último, y tercera lección, nuestras ideas vencen cuando convencen. Pero… ¿Cómo puedes convencer a quienes no conocen o reconocen lo que representa tu fe o tu cruz? Algo similar vivieron los primeros monjes que se enfrentaros aquellos desconocidos viajeros que venían del mar.
Los monjes, que vivían plácidamente inmersos en su fe cristiana, se encontraron cara a cara con unos invasores vikingos que no entendían lo que ellos representaban. No entendían lo que simbolizaba la cruz que les enseñaban. Y se enfrentaron a la fe cristiana con lo que se definió como compartimiento irracional, aunque simplemente era sincero desconocimiento.
Esta realidad nos debe recordar hoy en día que enfrentamos nuestros ideales ante quienes, muy posiblemente, en su forma de pensar… no nos conocen, no nos entienden, no nos comprenden. Difícil e imposible ejercicio de defensa de nuestras ideas si todo lo arrendamos a creer que nuestra verdad es única y todo el mundo debe asumirla de manera natural.
Del mismo modo que la cruz, símbolo de redención y amor en la fe cristiana, fue una herramienta inútil ante quienes la consideran como una herramienta sin uso o significado. De manera similar, los políticos que quieren captar la atención de quienes no se sienten representados o reconocidos por las ideas que este defiende corren el riesgo de tomar decisiones estratégicas incoherentes e inútiles frente a sus adversarios.
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