La comunicación política implica la capacidad de generar contenidos y difundirlos con éxito, en base a unas acciones que, incluidas dentro del plan de marketing, tienen en cuenta la estrategia y objetivos de la organización política, institución o marca personal para la que se trabaja.
Hoy en día no se puede decir “hacer política”, si no es acción política comunicada. Y es que política y comunicación van de la mano.
Instituciones públicas en su versión de comunicación gubernamental, organizaciones políticas en sus vertientes de campaña permanente o electoral, líderes políticos en la gestión de su marca personal. Diferentes versiones, que deberán trabajarse de manera específica, dentro de una única realidad: hacer comunicación política.
Muchas veces damos por hecho que la comunicación política tiene como único objetivo “lograr el poder”. Pero esta es una visión miope de su realidad. Cuando optamos por comunicar en política podemos pretender objetivos muy diversos: potenciar una marca personal, influir en la institución sin que para ello se ostente el poder directo, liderar una campaña de activismo, …
Limitar la comunicación política a los poderes públicos o a la obtención de este, es limitar su influencia de manera errónea.
Otro error que cometemos es aislar la comunicación de su hermano mayor, el marketing político. El primero siempre está dentro del segundo, como una herramienta necesaria para difundir el plan. Además, comunicar sin plan de marketing político, es una acción descabezada que suele terminar en una serie de acciones de comunicación sin orden y concierto.
El plan de marketing puede implicar varios y diferentes planes de comunicación. Pero el de comunicación solo debe tener un protagonista. Por ello, los planes de comunicación, sin que estén incluidos dentro de un plan de marketing y pretendiendo englobar diferentes estrategias (ya sean orgánicas, electorales, institucionales o de marca personal), siempre conducen a un cierto caos y posible fracaso.
En este punto, definamos la comunicación política como conjunto de acciones que nos permiten trasladar los mensajes elegidos hacia los públicos objetivo-seleccionados. Es un puente entre el emisor y el receptor para una estrategia electoral que debe estar englobada dentro de un plan de marketing político más general.
La comunicación política tiene sentido siempre y cuando se conciba como un elemento de confrontación entre estrategias y mensajes. No tiene sentido, salvo cuando es comunicación gubernamental, si no se plantea esa comunicación frente y enfrentada a otras comunicaciones.
Y además, implica entender que cada actor de la comunicación política tiene obligación de trabajar atendiendo a su realidad. Por eso los medios de comunicación participan resaltando el momento y la novedad, frente al político que apuesta por una acción más constante y perdurable en el tiempo. El medio puede renunciar por eso al largo plazo, a la estrategia, y centrarse en la línea editorial. A diferencia del político, que está obligado a ver más allá de la noticia del día. Y sin embargo medios y políticos, tienen marcada su agenda por un espectador cuya escala de valores (la forma) y preocupaciones del momento (el fondo) jerarquiza los temas que dominan las prioridades del resto de actores.
La comunicación política se convierte de esta manera en un espacio donde se resuelve la conflictividad que surge entre esos actores. Unos quieren imponer la noticia, otros la estrategia y las masas sus preocupaciones del momento. Todos quieren imponer su “realidad” influidos por realidades interesadas e inventadas por cada actor de la comunicación política.
Ante la realidad de esos diferentes actores, la pregunta que nos surge de manera natural es el para qué sirve la comunicación política. Y la respuesta no debería sorprendernos: es la herramienta que tenemos para alinear a los diferentes actores