Las emociones en política [reflexión]

Las emociones como las razones nos llegan por la misma vía: a través del cerebro.

Sin embargo, las emociones abren puertas hacia las razones que nunca se producen en camino inverso. Si queremos convencer a alguien con argumentos, primero debemos haber ganado su cerebro desde las emociones.

Las emociones no son un problema para planificar nuestra estrategia política. Lo que sienten las personas (sus emociones) son la mejor respuesta a cómo construir un relato político, nuestras propuestas y hasta las decisiones estratégicas para ganar un envite electoral.

 

Una de las realidades electorales a la que dedicamos más tiempo, y a la que buscamos con más ansia una respuesta, es a lo que llamamos “bloqueos emocionales” en el ejercicio del voto. 

Es decir…. 

Personas a las que no llegamos con nuestra acción política porque por una cuestión de principios (no comparten lo que representa ideológicamente una marca o candidato), estética (no se ve representado en la imagen que traslada un partido, su candidato o incluso sus bases) o hasta de estado de ánimo….. han decidido no considerarnos como su opción política preferente. 

Sí. Sé que esto pasa muchas veces. 

A una parte de estos “bloqueos emocionales” le solemos poner la etiqueta de “voto de marca”: electores que votan una opción de manera leal e inquebrantable. Y asumimos, de manera estoica en nuestra estrategia electoral, que esta realidad construirá nuestro suelo y hasta nuestro techo electoral. 

Y esto puede ser cierto, en parte. Pero seamos sinceros: ¿Cuántas veces intentamos romper esta dinámica? 

Hubo un tiempo en que los electores se dividían en dos bloques. Con poco margen elegían entre dos opciones políticas. Poco donde elegir, lo que llevaba que dependiendo del grado de movilización de unos u otros, unos u otros gobernaban en una suerte de turno de partidos. 

No hacía falta entender lo emocional del votante. Solo había que mantener la tensión electoral en el bloque propio y desmovilizar el contrario. 

Pero todo llega a su final, y este contexto electoral tan poco imaginativo también llegó a  su punto y final. 

Hubo un día, por causas que no toca analizar ahora, que a la contienda electoral llegaron las opciones políticas más populistas. No quiero decir que antes no estuvieran ya, simplemente es que un día tomaron protagonismo. 

Tanto en el lado derecho como en el lado izquierdo aparecieron opciones políticas nuevas, diferentes y radicales en la formas de hacer o pensar que se lanzaron a la conquista de las emociones del votante. Decidieron superar sus “bloqueos emocionales”. Y para ello tomaron el camino más corto, el de trabajar las dinámicas más básicas de razonamiento de los electores. Allí donde las emociones toman el protagonismo.

Resumiendo: usaron las emociones para llegar a sus razones. 

Las redes sociales ayudaron en este envite. 

Hoy ya están aquí, y siento decirlo, los de siempre (la política de siempre) no despierta de su ensueño (convertido en pesadilla) ni aunque le gritemos mil veces al oído: “Son las emociones, estúpido”.

Las emociones hacen más visceral la política. Cierto:

«Es evidente que cuando la política es solo pasión y emoción, la probabilidad de que la tensión social aparezca y el invento de la convivencia democrática quede hecha añicos es muy elevada. Pero pretender, consciente o inconscientemente, que la política esté despojada de pasión y emoción es poner las bases para un proceso de liquidación social de la política»

 

Exacto. No es realista pretender luchar contra las emociones. Diría que es casi suicida intentarlo.

Pero hay, hoy en día todavía, políticos que mantienen la creencia de que sus ideas (su ideología) o su razonamiento programático (sus propuestas), por sí solas, pueden ganar unas elecciones. Y pretenden ganarlas frente a quienes disparan, desde el cerebro, directamente al corazón.  

¡Qué absurdo! ¿No? 

Pero tú seguro que no estas entre esos, y quieres hacer algo más. 

Entonces recuerda, hay que ganar las emociones para que tus razones (tus ideas) vuelvan a conquistar el cerebro del votante.

Antoni Gutiérrez-Rubí nos dice:

"Aceptada la «inteligencia emocional», los políticos comienzan a valorar la gestión de las emociones como vehículo decisivo para generar los sentimientos que les permitirán transmitir —de manera que se perciba— un determinado mensaje en las mejores condiciones. (...) Ya no se juzga a los políticos solamente por sus palabras y sus promesas, sino que su aspecto y su actitud también juegan un papel decisivo"

¿Cuál es el origen de las emociones? 

Muchos caminos llegan a ellas. Uno triunfa sobre cualquier otra: la campaña contra el ´otro´, el contrario, el enemigo, el diferente…

Leía a una periodista, Catalina Ruiz Navarro, que, “Los problemas económicos dan rabia y la rabia hace más recalcitrantes los prejuicios y la sensación de persecución por parte del ´Otro´ “, y esto que parece muy simple es una realidad a la que no se puede combatir solo con razones. Problemas económicos, exclusión social, cultural o política,… tantos elementos han despertado la persecución del “otro” y tan pocos se han construido para parar esas percepciones.

Trump, Le Pen, el Brexit, los gobiernos populistas de tantos países y las opciones políticas en otros tantos que ganan cada día más peso electoral… son ejemplos de que poner el acento en el “otro” para justificar problemas y exclusiones, es rentable electoralmente.

Es Ruiz Navarro quien nos recuerda que en el libro “Emociones Políticas” de Martha Nussbaum se señala la importancia de ocuparse de desarrollar emociones políticas que sean beneficiosas para fomentar la igualdad material en las sociedades. Para Nussbaum, una de nuestras dificultades políticas primarias es que, como humanos, nos sentimos desvalidos. Por eso muchos (si no todos) los populismos funcionan alimentando fantasías de invulnerabilidad.

¿Por qué necesitamos un desarrollo de emociones positivas para salvar las democracias?

Las emociones negativas enfrentan a unos segmentos con otros en base a prioridades. Una mujer de clase alta no defenderá un feminismo que considera amenaza a su posición de clase. Un nacional, incluso de primera o segunda generación, no defenderá al inmigrante que traspasa la frontera en situación de vulnerabilidad si lo considera una amenaza para su posición social o laboral. Un trabajador o trabajadora pondrá su trabajo por encima de su condición de clase o sus valores sociales más progresistas si cree que se está poniendo en peligro sus status (por muy precario que sea este) y reaccionará frente al “otro” por mucho que le puedan tachar de racista o machista.

Sin emociones que construyan en el cerebro del votante imágenes positivas de las propuestas que se le ofrecen, no habrá razones que se impongan a las emociones más negativas, sectarias y viscerales que se alimentan del miedo al “otro”, a los desconocido o a la perdida de lo poco o mucho que ya se tiene.

Si queremos ganar la batalla al populismo, antes tendremos que ganar la batalla de las emociones. 

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